Decía Solo, el personaje protagonista de ‘Cuatro amigos’, la fantástica novela de David Trueba, que él siempre había sospechado que “la amistad está sobrevalorada. Como los estudios universitarios, la muerte o las pollas largas”. No negaré que yo también lo he sospechado alguna vez. Que quizás, como sigue en su reflexión Solo, “los seres humanos elevamos ciertos tópicos a las alturas para esquivar la poca importancia de nuestras vidas”. Me gusta pensar, no obstante, que sólo sobrevaloramos algunas amistades. Gente que llega, pasa por nuestras vidas, nos acompaña durante parte de nuestro trayecto vital y se va a la misma velocidad que vino. Sin dejar rastro. Antes, durante y después de ellos quedan los amigos en mayúsculas. Los que siempre están ahí. Yo los reconozco porque pase el tiempo que pase sin vernos, en los reencuentros parece que acabamos de estar juntos el día anterior. No hay silencios incómodos. Ni falsas apariencias. Todo fluye con la naturalidad con que lo hacían las tardes de verano de nuestra adolescencia y las noches de fiesta de nuestra juventud.
Dos de esos amigos en mayúsculas y sus respectivas parejas recorrieron este pasado puente 750 kilómetros para conocer a Mara. Y la pequeña, que acostumbra a hacerse la dormida en cuanto tenemos visita (sospecho que no le gusta mucho eso de ir de brazo en brazo), les quiso agradecer su esfuerzo con todo su repertorio de gestos, llantos, risas y movimientos. Apenas pegó ojo en todo el tiempo que estuvieron en casa. Como su padre, parecía querer aprovechar cada minuto con sus tíos de Valencia.
Puede que Mara, camino de su primer mes de vida, ya haya percibido que su padre es un sentimental. Y que en estos días de felicidad le gustaría tener más cerca a sus amigos. Y a su familia. No en vano son momentos para disfrutar en la intimidad, pero también para compartir esa dicha con la gente a la que se quiere. Y es que, como decía Federico Luppi en ‘Martín H’, estés a 300 o a 5.000 kílómetros del lugar en el que has crecido, uno no echa de menos un país o una ciudad. Echa de menos a esa poca gente de la que se siente parte. “Tu país son tus amigos (y tu familia, añado yo) y eso sí se extraña”.
Como no podía ser de otra forma, me despedí de mis amigos como si fuésemos a vernos pasado mañana. Quizás pasen dos meses. O seis. Pero para nosotros será como si no hubiésemos dejado de vernos nunca. Como si aún pudiésemos encontrarnos en cualquier momento en las calles del barrio que nos vio crecer. Mara, con el trabajo cumplido, cayó rendida sobre mi pecho tras cerrar la puerta. En la cama, Diana y yo nos acostamos cada uno a un lado de la pequeña y la miramos embelesados hasta que nos venció el sueño. La felicidad también puede ser agotadora.
Hasta la siguiente visita, amigos.
¡Mama qué sabe!
Por post como éste estoy segura de que esa pequeña va a ser una gran amiga, y una excelente niña llena de valores. Me encanta leer a un papá así… Enhorabuena, familia!
Un Papá en Prácticas
Como siempre, muchísimas gracias por tus palabras y tus comentarios. Es un placer compartir el día a día en las redes sociales con mamás como tú 😉 ¡Un abrazote!
conlafamily.com
Ese tipo de amigos, esos que se cuentan con los dedos de una mano, esos, esos son algo más, son amores, son familia, son la sal de la vida, y hay que permitirse el lujo de disfrutarlos
Un Papá en Prácticas
Y tanto. Como digo en el texto citando al gran Federico Luppi, esos amigos son nuestro país. Un millón de gracias por el comentario!