
La semana pasada, mi querido amigo Papá llega tarde publicaba en su cuenta de Twitter un enlace a un artículo escrito por Antonio Martínez Ron en Vozpopuli. Se titulaba La edad de los ‘cagaprisas’ y en él, a partir de la experiencia vivida en un vuelo transatlántico, en la que su compañero de asiento se zampó cuatro películas con el botón de fast forward pulsado, Martínez Ron reflexionaba sobre las prisas con las que vivimos hoy en día para todo. “Andamos rápido, comemos rápido, pensamos rápido y consumimos contenidos como si nos hubiera poseído el diablo de la prisa”, escribía.
Me encantó el artículo, porque éste de las prisas es un tema recurrente en las conversaciones que tengo con la mamá jefa. Por las prisas que parecemos llevar siempre nosotros; por las prisas que vemos en la gente, en el mundo, cuando un día decidimos bajarnos de él y pararnos a observar, jugar a ser flâneurs, y nos quedamos boquiabiertos ante ese ejército de ciudadanos que caminan con la vista fija en la pantalla del móvil, moviendo sus pies al mismo ritmo frenético con el que desplazan sus dedos por los smartphones, como si siempre llegasen tarde a todas partes; por las prisas y la impaciencia con las que hoy consumimos las series, las películas, en modo atracón y multitarea; y por las prisas que al final, entre unos y otros, estamos transmitiendo a nuestros hijos, que parece que los llevamos a velocidad 2x cuando su mundo, en todo caso, requeriría de un botón de modo cámara lenta.
“Por eso me gusta tanto leer y si tengo cualquier pequeño rato libre se lo dedico a un libro”, le dije a la mamá jefa, de camino a Correos, en un paseo relativamente tranquilo con los peques, mientras comentábamos el artículo publicado en Vozpopuli. “Cuando leo me bajo del mundo, conecto con el momento presente, centro toda mi atención en una única tarea, escapo a todo ataque de prisa, me evado por completo”, continué mi reflexión.
En Correos, precisamente, recogimos un ejemplar de El nudo materno, de la escritora norteamericana Jane Lazarre. Unas memorias que son un clásico del feminismo y uno de los libros más citados sobre maternidad y que curiosamente, hasta ahora, no habían sido traducidas al castellano. Lo han hecho en Las afueras, una nueva y pequeña editorial (apenas cuentan aún con tres libros en catálogo) que solo por esta apuesta ya se ha ganado todos mis respetos. Por esta apuesta y por un fragmento de su carta de presentación como editorial, que precisamente venía a consolidar la idea que había querido transmitir unos minutos antes: “en muchos aspectos, leer es como caminar. Y por eso, frente a la fugacidad en la que vivimos instalados y que se ha extendido a todos los ámbitos de la existencia, reivindicamos las horas suspendidas de la lectura, similares a las de quien vaga sin rumbo ni objeto”.
Así que leer, en cierto modo, es ser un flâneur. Y sé que hay muchos motivos para querer que mis hijos lean, pero creciendo, como van a crecer, y viviendo, como van a vivir, en un mundo con el acelerador pisado, no se me ocurre mejor motivo para fomentar en ellos el amor por la lectura que el regalo de ser flâneurs, el goce de bajarse del mundo a través de las páginas de un libro, el poder que otorga la literatura para apretar el botón de pause cuando todo a tu alrededor acontence a velocidad de vértigo.
laura valle molinuevo
Completamente de acuerdo contigo. Aunque no siempre comente, me haces reflexionar mucho con tus post, tu enfoque de las cosas… Por supuesto, gracias por la recomendación, apuntado queda ese libro!
Enrique
Ya sabes que nosotros intentamos darnos a la vida tranquila en muchos aspectos, pero tengo que confesar que estoy ya tan jodidamente absorbido por la inmediatez y las prisas, que a veces hasta me cuesta disfrutar de según qué libros sin distracciones. Tengo que hacer el esfuerzo de dejar el móvil y la tableta lejos porque tengo el síndrome de aquel estudiante que pensaba «venga, me estudio una lección y echo un partidilla», solo que ahora la lección es un capítulo y la partidilla un vistazo a Twitter o la red social de turno. ¿Seremos caso perdido ya?
Elena
No podría explicarlo mejor, me he visto reflejada en cada palabra