
Malabares. Los padres hacemos malabares a diario. Y no, no nos hace falta tener la habilidad de un malabarista. Ni esas bolas que giran en el aire, una tras otra, para milagrosamente caer siempre en las manos del artista. Nuestras vidas son esas bolas. Nuestros hijos son esas bolas. Nuestros trabajos son esas bolas. Y nosotros las vamos haciendo girar sin parar, intentando que no se caigan, que no se rompan (porque son frágiles), que se mantengan en movimiento, porque solo esa circulación ininterrumpida garantiza que la vida siga su curso.
La figura del malabarista me ha venido a la mente de forma reiterada esta semana, concretamente desde que Mara se puso mala el domingo (y hasta hoy) y de forma especial desde que Leo cayó el martes víctima del mismo virus. Digamos que nos hemos sentido como los malabaristas a los que se les cae una bola (la de los hijos) y mientras intentan recuperarla ven cómo se desmoronan una tras otra todas las demás: la del trabajo, que se acumula en nuestras agendas y en nuestros ordenadores, completamente ajeno a esta realidad, señalándonos con sus fechas de entrega; y la de una vida que sigue su curso, como debe ser, mientras uno intenta agarrarse a ella para no perder el paso y llegar a todo como buenamente puede, lleno de barro hasta la cintura, en una especie de trinchera en la que se mezclan de forma caótica médicos, hijos enfermos, tomas de medicamentos, aspiradores nasales, termómetros, labores domésticas y trabajos pendientes.
Tanto la mamá jefa como yo hemos hablado mucho sobre la soledad en que vivimos nuestra maternidad/paternidad, pero estoy seguro de que jamás la habíamos experimentado tan intensamente como durante estos días cuatro días en los que Mara ha tenido picos altos de fiebre y ha necesitado de nuestra atención permanente; mientras su hermano, que es la felicidad hecha niño, se pasaba dos días, con sus respectivas noches, llorando, y queriendo mantenerse siempre incorporado y en movimiento, incómodo con los mocos que se han apoderado de él, quejicoso por esa fiebre que ha apagado su sonrisa.
Mientras hacíamos malabares para cuidar de nuestros peques sin dejar de lado todo el trabajo pendiente, hemos pensado en lo bien que nos vendrían en estos momentos las manos de unos abuelos o unos tíos para hacernos un poco más fácil la vida en las trincheras. Aún así, y aunque no seamos conscientes de ello, creo que la experiencia del ingreso hospitalario de Leo, aquel caos de semana que vivimos cuando nuestro bebé apenas contaba un mes de vida, nos ha hecho mejores malabaristas, personas y padres más flexibles, con más capacidad para relativizar y priorizar; más conscientes de que hay veces (casi siempre) en que es imposible llegar a todo. Y de que cuando eso pasa no sirve de nada entrar en un bucle de negatividad y de estrés por todo lo que deberías estar haciendo y no puedes, sino que es mejor dejarse llevar y buscar pequeños momentos para llegar hasta donde puedas. Sin culpas. Y si puede ser buscando el lado cómico a la vida. Como el malabarista al que se le cae una bola y tras recogerla del suelo continúa con su función con una sonrisa.
Nos hemos reído mucho de nosotros mismos y de nuestra imperfecta vida estos cuatro días. Y también hemos tenido momentos de desesperación y de agobio, para qué nos vamos a engañar, por fechas de entrega que no entienden de hijos enfermos. Ayer, en uno de esos momentos, la mamá jefa expresó en voz alta lo sola que se sentía por no contar con la ayuda de sus padres en días como éstos. Entonces Mara, que estaba a su lado, la miró fijamente y le dijo: “No estás sola, mamá. Estás con papá, con Leo y conmigo”. Diana y yo nos miramos y sonreímos emocionados. No estamos acostumbrados a reflexiones tan profundas de nuestra hija. Aunque en aquel instante nos limitamos a abrazar y comernos a besos a Maramoto, sé que por dentro nuestro “yo” malabarista volvió a ponerse en marcha y a lanzar bolas al aire.
Que siga la vida.
mina y maria
A veces es peor tener cerca a la familia y que no te hagan ni caso, un abrazo
Diana
Ese es el problema, que la tenemos cerca 🙁 Sin duda, mucho peor.
Adrián Cordellat
Ya te digo, compañera. Ya te digo…
laura valle molinuevo
Sois unos valientes, de verdad, me parece admirable los dos en casa con el bebé y Mara enferma y encima sacando trabajo adelante… Qué duro cuando alguien tan cercano, que podría echar una mano se queda a un lado… pero mira, por otro lado piensa que así no te llevarás malos ratos tampoco por su diferente forma de ver y hacer las cosas (una amiga ha decidido llevar a su segundo hijo a la guardería para evitar discusiones con sus padres y sus suegros, y lo entiendo). Así que mucho ánimo, mucha fuerza y un abrazo muy fuerte para todos, desde la distancia (si en vez de cuatrocientos km habría menos distancia… en fin). Sois fuertes y eso Mara también lo está sintiendo y aprendiendo.
Adrián Cordellat
Muchas gracias por tus palabras, Laura. Eres un amor. Saldremos, por supuesto! Un abrazo enorme!
laura
Es terrible darte cuenta de lo solo que estás cuando de verdad necesitas una mano, y nadie te la ofrece. Con la excusa de que ” vosotros podéis con todo” o que “os organizáis muy bien” nadie se plantea que siempre se agradece ayuda y sobre todo en momentos complicados.
Adrián Cordellat
En estos momentos en cuando más consciente eres de lo solo que estás. Y lo duro que es… Ay!
Brenda Ibarra
Agradezco de verdad poder leer sus reflexiones, es maravilloso saber que al otro lado del mundo hay padres como nosotros, gracias y deseo que sus pequeños se encuentren mejor. Saludos desde México.
Adrián Cordellat
Muchas gracias por tus palabras, Brenda. Una alegría que te sientas identificada con nuestras reflexiones. Os mando un abrazo grande para México.
Iñaki Calvo
Adrián, me he sentido muy identificado con lo que cuentas. Nosotros también tenemos dos peques y ni a un primo lejano a menos de 600 km de distancia. Cuando los dos se ponen enfermos al mismo tiempo es un caos pero, créeme, puede ser aún peor… ¡Verás cuando los cuatro estéis enfermos al mismo tiempo! Lo digo por experiencia.
De cualquier modo, los virus pasan y las cosas vuelven a la normaliad. Entonces, sin las pelotas de los virus en juego, es mucho más fácil mantener el resto en el aire. Sí, a veces es difícil hacer malabares a dos o cuatro manos —en lugar de a doce con la ayuda de cuatro abuelos, jeje—, pero también es muy gratificante y nos une más como familia.
Sigue compartiendo estas historias, estoy convencido de que a muchos nos reconforta vernos reflejados en ellas, saber que hay otras personas que están pasando por lo mismo.
¡Un abrazo!
Adrián Cordellat
Muchas gracias por tus palabras, Iñaki. Y qué suerte sentirse comprendido. De momento ya han caído varias veces los tres (Leo, Mara y Diana), pero yo me he mantenido a salvo. Cuando caigamos los cuatro me imagino el apocalipsis. Pero sí, todo pasa. Y de estas saldremos más unidos. Eso seguro. Un abrazo grande, compañero.
Emma
Nosotros en ese sentido tenemos mucha suerte. Nuestros padres viven lejos, estamos “solos” en Madrid, pero es levantar el teléfono o los tenemos corriendo para acá, y nos pasa igual con los amigos que son familia.
Eso no quita agobio, porque cuando tu hijo está malito, él solo quiere estar contigo y tú con él, pero ayuda muchísimo, eso sí.
Espero que los peques estén mejor.
Adrián Cordellat
Eso es una suerte, sí. Yo con mis padres tendría eso, pero 350km de por medio y sus trabajos lo impiden. Pero saldremos 🙂 ¡Gracias!
Cecilia
Los entiendo perfectamente, pasamos por lo mismo hace unas semanas. Esos son los momentos en los que uno se siente más solo que nunca (sobre todo los que tenemos familia a miles de kilómetros).
Como dice la canción “Resistireeeee” jajaja
Adrián Cordellat
Cuando nos pasan estas cosas, desde que os conocemos pienso mucho en vosotros, Cecilia. Resistiremos, seguro! 😉
Papá DivertidOOs
Por fortuna, entre más bolas caigan, más mejoramos la técnica, aunque ojalá se puedan levantar nuevamente al aire y no se destruyan.
Pero que difícil es sincronizar el malabarismo cuando no estamos al 100%.
Un abrazo
Adrián Cordellat
Al final esto es caerse y levantarse. Y mejorar. Siempre mejorar. Un abrazo!
Nazareth
Vivimos en Lyon y tanto mis padres como mis suegros están en Cartagena. Yo trabajo en la Seguridad Social de mañana y mi marido en Carrefour de noche, así que cunado uno de los peques se pone enfermo, se nos caen todas las pelotas que con tanto ahínco estábamos tratando de mantener en el aire.
Nos he visto perfectamente reflejados en este post. Gracias Adrián
https://nadiemelodijoblog.wordpress.com/
Enrique
Qué final más bonito, qué bonita Mara :_)
Siempre nos quedará el consuelo de que, a diferencia de los malabaristas de circo tradicional, nosotros sí podemos en cierto modo permitirnos dejar caer un poco más una de las bolas, incluso si es un palo ardiendo en uno de esos trucos más arriesgados. Cada día tengo más claro que es imprescindible aprender a priorizar en la vida… Y en esas andamos nosotros también mirando hacia el futuro. Intentando cuadrar agendas, vacaciones, permisos y brazos extra para rellenar fechas y cumplir con todo y con todos.
Siempre decís que vuestra vida es un caos, pero no os olvidéis de que vuestro valor tiene mucho mérito y de que gracias a él podéis sacar adelante por vosotros mismos los malabarismos más difíciles. Cuando las vacaciones y los permisos y el teletrabajo son limitados, no queda otra que echar mano de otros malabaristas que puedan sujetar temporalmente alguna de las bolas. Si no, no hay padre circense que pueda con todas.
Raúl
Hola,
Tengo la suerte de tener a la familia cerca y contar con ellos, a veces, insisten demasiado, pero no nos quejamos. Esta situación y tu post me hace reflexionar sobre las parejas que no tienen familia cerca, las familias monoparentales (también sin familia cerca) y lo que más pienso desde que soy padre… ¡¿Cómo se apañaban nuestras madres en hacer ellas SOLAS TODO!?
Quedémonos con la suerte de pasar esos malos momentos lo más rápido possible, mejorar y aprender de ellos.
Un saludo.