Exilio

La primera vez que me hice una foto en Sol habían cuatro pies. Ahora son ocho. Curiosamente estoy a un mes y medio de cumplir 8 años de vida en Madrid. Hace tiempo que siento la ciudad mía, que la amo y la odio a partes iguales, que me mata Madrid. Hace también tiempo que acepté mi exilio. Un día, en una revista de fútbol, leí un relato de un escritor latinoamericano (no recuerdo el nombre ni encuentro el relato, puede incluso que me lo haya inventado) que decía que no fue consciente de su exilio, de la distancia que le separaba de la casa en la que había crecido, hasta que vio la primera final importante de su equipo de fútbol sin su padre. A mí me pasó el 6 de junio de 2015 con la final de Champions entre Barça y Juve. Fue la primera que vi con mi padre en la distancia, no a mi lado en el sofá, como era tradición. Él la vio en su casa, yo la vi en la mía. Sufrimos separados, saboreamos alejados la victoria. Y la vida continuó su curso como si nada, aunque conmigo un poco más consciente de mi exilio.

Leía hace un tiempo Algún día te mostraré el desierto (Alfaguara), el recomendable diario de paternidad del periodista y escritor peruano Renato Cisneros. En un momento dado Cisneros narra su exilio voluntario en Madrid. Dice una cosa muy interesante: que uno de los aspectos más positivos del exilio “es que te obliga a aceptar tu condición intercambiable”, porque poco a poco te das cuenta de que allí donde naciste y pasaste, en mi caso, los primeros 27 años de vida, no eras “en absoluto imprescindible”. Y eso está bien.

Trascribo de forma literal un fragmento, porque casi ocho años después de cambiar Valencia por Madrid me sentí muy identificado con sus palabras. Aunque las distancias no sean comparables.

“Te encuentras con que tu jefe encontró reemplazo para tu puesto, alguien tal vez más competente que tú. También ves que tus amigos se las arreglan perfectamente sin ti y a veces -guiándote por las fotografías de sus redes sociales- hasta te parece que ahora se divierten más. Incluso tu familia se acostumbra a que no estés, y lo hace más rápido de lo que pensabas. Muy pronto captas que vivir fuera es volverte invisible donde solías ser demasiado visible. Es como morir de golpe pero sin causar dolor a nadie. Eso es el exilio: un entrenamiento para que, el día que mueras, a tus parientes y conocidos no les cueste lidiar con tu ausencia”.

Me pareció una forma muy bella (y muy dura a su manera) de definir el exilio.

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