
Hace un tiempo, no recuerdo exactamente en qué post, una lectora de este blog me dejó un comentario precioso en el que me decía que los libros nos buscan y que en su caso eran las entradas de mi blog las que la buscaban a ella, porque siempre hablaba aquí de cosas que ella estaba sintiendo y experimentando también en su maternidad. Y tengo la sospecha de que realmente es así, que los libros, los artículos y las entrevistas nos buscan.
Hace poco, sin ir más lejos, hablaba con unos amigos de lo rápido que empieza a pasar el tiempo desde que uno se convierte en padre. Dos días más tarde me encontraba una entrevista con Santi Balmes en Nidos, la sección de maternidad de eldiario.es, en la que el líder de Love of Lesbian afirmaba: “De los 20 a los 30 vives como si el tiempo no pasara y con 29 te ves igual que con 21, pero cuando eres padre ves el tiempo a través del crecimiento de tus hijas, hay como un reloj visual, que es tangible casi cada día”. No se puede expresar mejor.
En este mismo espacio he hablado recientemente también en varios posts, pero sobre todo en uno que hice con breves apuntes que fui tomando durante nuestras vacaciones de verano, de la nostalgia por los veranos de mi infancia, aquellos de días infinitos, de tardes en las que había que ingeniárselas para no sucumbir a la siesta, de horas y horas pasadas jugando en las calles. Veranos en que los niños aún podíamos ser niños en toda la extensión de la palabra. Y como por arte de magia, como si hubiese estado buscándome, la semana pasada llegó a mis manos Cuando mamá llevaba trenzas, una de las novedades de la temporada de la pequeña editorial independiente bookolia.
No exagero si os digo que Cuando mamá llevaba trenzas es uno de los álbumes ilustrados más bonitos que he tenido nunca entre mis manos. En todos los sentidos. Desde su cuidada edición (un libro que apetece acariciar), pasando por su preciosa portada, y terminando por su evocador y nostálgico texto y por sus espectaculares y realistas ilustraciones, de aquellas que dejan con la boca abierta.
Un mundo en una caja
Yo aún tengo las fotos de mi infancia, de mi adolescencia y de mi juventud pegadas en las páginas amarillentas de los álbumes que mis padres guardan como si fuesen tesoros en su salón, pero Diana tiene muchas de ellas en casa, en una caja de cartón a la que a Mara le gusta volver de vez en cuando para encontrarse con su madre cuando ésta ni siquiera intuía aún que algún día tendría una hija y que esa hija sería ella.
Cuando mamá llevaba trenzas parte de una caja como la de Diana, una caja en la que la madre de la protagonista del álbum escrito e ilustrado por Concha Pasamar guarda un mundo, el de su infancia. A partir de esas fotos, la autora nos invita a viajar en el tiempo hacia los días de infancia de esa madre, con sus veranos eternos, los descampados de los pueblos, los juegos en la calle que se alargaban hasta el anochecer, las meriendas de pan, mantequilla y azúcar, y los pueblos como una gran familia en la que todos se conocían y se cuidaban.
Nostalgia en estado puro que yo, como padre, leo con el vello erizado por los recuerdos que me despierta; y que hace que a Mara le surjan muchas preguntas por un tiempo que ella, no sé si por suerte o por desgracia, ya no conocerá.
Sí, los libros nos buscan. Y este es canela fina.